lunes, 13 de junio de 2011

Maquiavelo se acerca


Y a continuación, y por aquello de exhibirse virtualmente, os presento un trabajo que me quedó way sobre Maquiavelo. Fue para Opinión Pública de 4º.
Si subirlo aquí sirve para que algún día un alumno de bachillerato me plagie, ya habrá servido para algo.


Implicaciones para el concepto y desarrollo posterior de la opinión pública de El Príncipe


José Ignacio Urquijo Sánchez

Introducción

Con este trabajo he querido dilucidar qué hay de cierto y qué no en la leyenda negra que atesora Nicolás Maquiavelo para luego, con los conocimientos reales aprehendidos, poder conocer la influencia real que El Príncipe ha tenido sobre la opinión pública actual.

Todo el mundo conoce a Maquiavelo pero nadie realmente sabe quién es. La mayoría de las personas (entre las que me incluía hasta hace unos meses) sólo era capaz de relacionar a este personaje con vagos conceptos muy desdeñables, siempre cercanos a la maldad consciente. De hecho, la única máxima que ha trascendido de Maquiavelo (aparte de la coletilla de “maquiavélico” que se le suma a cualquier plan que esté elaborado con mucha premeditación y con unas intenciones no demasiado bondadosas) ha sido la de que “el fin justifica los medios”.

Sin embargo, cuando casi por casualidad tuve la oportunidad de leer una biografía no muy extensa sobre este personaje (Curry, Patrick y Zárate, Óscar, 1995) me encontré con un personaje maltratado por sus circunstancias, que pudo codearse con los más grandes de la época (una gran época, por cierto, justamente en el renacimiento florentino) pero que finalmente se tuvo que exiliar obligado de su ciudad. Me pregunté entonces qué razones tuvo Maquiavelo para actuar como actuó y para decir lo que dejó escrito. Pero sobre todo quería saber si la leyenda es cierta y si este hombre se merece haber pasado a la historia como un pequeño diablo, el malo de la película de la humanidad.

Desarrollo del cuerpo del trabajo

“Concluiré tan sólo diciendo que es necesario al príncipe tener al pueblo de su lado. De lo contrario no tendrá remedio alguno en la adversidad” (Maquiavelo, 1981: 74).

Pocas frases pueden ser más esclarecedoras del ánimo de Nicolás Maquiavelo en cuanto a la estima que le tiene al pueblo. Para este florentino venido a menos, que saboreó las mieles de la gloria y más tarde se vio forzado al ostracismo y la incomprensión, el pueblo es un mal necesario con el que hay que brear para conservar el poder.

El pueblo (los ciudadanos, los súbditos) eran para Maquiavelo lo que hoy consideramos una verdadera opinión pública determinante. Esto se puede ver claramente en una de sus categóricas afirmaciones: “un príncipe debe tener poco temor a las conjuras cuando goza del favor del pueblo; pero si éste es enemigo suyo y lo odia, debe temer de cualquier cosa y a todos” (Maquiavelo, 1981: 109). Y aún más adelante insiste en esta teoría, en la que no sería la última mención al tema: “la mejor fortaleza es no ser odiado por el pueblo, porque por muchas fortalezas que tengas, si el pueblo te odia, no te salvarán” (Maquiavelo, 1981: 123).

Así pues, se puede ver cómo el antiguo Secretario de la Cancillería de la República de Florencia considera al pueblo como un arma de doble filo, capaz de sostener a un príncipe (lo que hoy consideraríamos el presidente de un Gobierno, salvando las distancias), pero también con la capacidad suficiente como para derrocarlo. La atribución de este poder puede verse también cuando apunta que “ahora es necesario a todos los príncipes dar más satisfacción a los pueblos que a los soldados, porque los primeros tienen más poder que los segundos” (Maquiavelo, 1981: 117).

Por esta razón, Maquiavelo aconseja a quien le quiera escuchar (que en ese momento de su vida eran pocos) que se guarde muy mucho de echarse al pueblo encima. Lo ideal, según él, sería tener al vulgo contento. Pero el florentino quiere dejar claro que está muy lejos de describir lo ideal: “siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente”; finaliza esta disertación con aplomo exponiendo que “un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son” (Maquiavelo, 1981: 95). Aún desvirtúa más la naturaleza del ser humano cuando se pregunta “si es mejor ser amado que temido”. Esta cuestión, por supuesto, la resuelve él mismo: “es mucho más seguro ser temido que amado (…) porque, en general, se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia” y, en resumen, en cuanto tienen la oportunidad se vuelven contra ti (Maquiavelo, 1981: 100).

Con esto, Maquiavelo quiere justificar los métodos que aconseja, y al considerar al pueblo como “malo”, prácticamente da vía libre a los príncipes para engañar a sus súbditos si esto conlleva que le tengan en buena estima, puesto que “un príncipe prudente debe pensar en un procedimiento por el cual sus ciudadanos tengan necesidad del Estado y de él siempre” (Maquiavelo, 1981: 75).

Estos procedimientos aconsejados por el florentino para mantener la estima del pueblo serían idealmente la generosidad, la valentía, la castidad… (Maquiavelo, 1981: 96). Sin embargo, Maquiavelo observa que todas estas virtudes no pueden ser reunidas por una persona, “ya que las condiciones humanas no lo permiten”, y aún más, ciertas virtudes pueden traer la ruina para el príncipe, siendo contraproducentes. Por ejemplo, un príncipe no debe preocuparse “de la fama de cruel si a cambio mantiene a sus súbditos unidos y leales” (Maquiavelo, 1981: 100).

He resaltado el concepto de fama por la importancia que cobra en el pensamiento de Maquiavelo. Para el pensador italiano, “es necesario saber colorear bien esta naturaleza y ser un gran simulador y disimulador”, por lo que “no es necesario poseer todas las cualidades anteriormente mencionadas, pero es muy necesario que parezca tenerlas. E incluso me atreveré a decir que si se las tiene y se las observa, siempre son perjudiciales, pero si aparenta tenerlas, son útiles”. (Maquiavelo, 1981: 105).

De esto se descubre una relación estrecha entre opinión pública y el concepto de fama. En palabras de Manuel Santaella López: “existe una acepción de opinión -legada por la Antigüedad Clásica- que se refiere al concepto de que de una persona tiene los demás. Esta variante, que es conocida y utilizada por Maquiavelo, se relaciona directamente con el concepto moderno de opinión pública” (Santaella, 1990: 48).

Santaella plantea además otra relación reseñable entre la verdad y la opinión. Pero recuerda que “nuestro autor no se halla especialmente preocupado por la verdad científica. Ni acaso por la verdad en sentido lógico. Le importa sustancialmente la verdad política” (Santaella, 1990: 56).

Por lo tanto, según la interpretación de Santaella, se puede decir que la obra de Maquiavelo sigue vigente en muchos de sus aspectos tanto como en el momento que la escribió. De hecho, la mayoría de los mecanismos que el florentino describe en El Príncipe pueden reconocerse en actuaciones políticas de hoy día. Por ejemplo, Maquiavelo casi parece estar describiendo la política consistorial de cualquier ayuntamiento cuando expone que “un príncipe debe honrar a los que sobresalen en alguna disciplina” además de procurar a los ciudadanos “la posibilidad de ejercer tranquilamente sus profesiones sin que nadie tema que le sean arrebatadas. Debe entretener al pueblo en las épocas convenientes con fiestas y espectáculos. Y puesto que toda ciudad está dividida en corporaciones y barrios, debe prestarles su atención y reunirse con ella de vez en cuando” (Maquiavelo, 1981: 127).

Sin embargo, no hay que olvidar que “la democracia de Maquiavelo es de un tipo adaptado a su época, es el consenso activo de las masas populares respecto de la monarquía absoluta, en cuanto limitadora, y destructora de la anarquía feudal y señorial y del poder del papado, en cuando fundadora de grandes Estados Territoriales nacionales” (Gramsci, 1984: 143).

Con esto quiero adelantar una reflexión que pormenorizaré en las conclusiones, y es que, aunque Maquiavelo describió muy meritoriamente la opinión pública de su época, hay que tener en cuenta que lo hizo a través del prisma con el que estaba mirando a la sociedad, el cual le llevó a considerar al pueblo como algo voluble, desleal, corrupto y enormemente influido por los avatares de la vida.

Dejaré a un lado, por no concernir a este tema de estudio, la opinión que poseía Maquiavelo de los partidos políticos. Sí se puede apuntar que los consideraba necesarios, pero no tanto por ser una herramienta democratizadora, sino para fortalecer incluso más al príncipe gobernante. Lo deja claro cuando apunta que “un príncipe sabio debe fomentarse con astucia alguna oposición a fin de que una vez vencida brille a mayor altura su grandeza (Maquiavelo, 1981: 106).

No obstante, sí está a favor de un parlamento, aunque éste también estará al servicio del príncipe: el parlamento debía actuar como “un tercer juez para que, sin carga alguna del rey, castigara a los nobles y favoreciera a los inferiores”, porque “los príncipes deben ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearle odio y ejecutar por sí mismo aquellas que le reportan el favor de los súbditos” (Maquiavelo, 1981: 106).

Conclusiones

Maquiavelo, como todos nosotros, fue un hijo de su época. Le tocó vivir en un siglo en el que todavía se utilizaban viejas técnicas del Medievo (no en vano, acababan de salir de la Edad Media no muchos años atrás). Con esto quiero decir que convivió con la miseria, las barbaridades, la crueldad cotidiana y la injusticia aparentemente inmerecida. Sabiendo esto, se pueden interpretar más lógicamente sus textos. Sin embargo, no tiene sentido trasponer sus escritos y enseñanzas a nuestro tiempo porque, evidentemente, nuestra sociedad ya no considera al ser humano como natural e indefectiblemente malo.

Por esta razón podemos entender algo mejor que Maquiavelo considerara al pueblo (el poseedor de la opinión pública) como algo susceptible de ser manipulado. Lo que cuesta más entender es que todavía haya gente que siga teniendo esta concepción de la realidad.

En cierta manera, Maquiavelo, queriendo educar a los príncipes, puso en un escaparate la mayoría de las triquiñuelas que utilizan los mandatarios, proporcionando la oportunidad al pueblo de conocer de forma más fiable las intenciones de sus gobernantes.

No puedo decir con certeza si esta era la primigenia intención del florentino, pero no se puede menospreciar su labor didáctica. Como expone Gramsci, “se puede decir que Maquiavelo se propuso educar al pueblo, mas no en el sentido que da habitualmente a la expresión, o al menos el que le dieron ciertas corrientes democráticas. Para Maquiavelo, educar al pueblo debe haber significado tornarlo consciente y convenido de que para lograr el fin propuesto sólo puede existir una política, la realista” (Gramsci, 1984: 142).

Por tanto, a Maquiavelo sólo se le puede tachar de realista. No era un ser malo, no más que el ambiente que le rodeaba.

Finalmente, resulta irónico que alguien como él, que intentó dar una clase maestra sobre cómo engañar al pueblo para que la buena fama del príncipe prevaleciera sobre sus vicios, no fuera capaz de “colorear” (utilizando una de sus ingeniosas expresiones) los suyos propios.

Bibliografía

Maquiavelo, Nicolás (1981): El Príncipe. Madrid. Alianza Editorial.

Gramsci, Antonio (1984): Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Buenos Aires, República Argentina. Ediciones Nueva Visión.

Santaella López, Manuel (1990): Opinión pública e imagen política en Maquiavelo. Madrid. Alianza Editorial.

Curry, Patrick y Zárate, Óscar (1995): Maquiavelo para principiantes. Buenos Aires, Argentina. Era Naciente.




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